sábado, marzo 12, 2005




Respuesta a un comentarista

Dicen los psicólogos que el duelo tiene un gran poder curativo. Todas las sociedades, de una forma u otra, según sus tradiciones, realizan algún tipo de duelo ante una pérdida. Las manifestaciones a propósito del aniversario del 11-M tienen esa función: son el duelo de una sociedad ante una pérdida. Y una agresión. Confundías churras con merinas en tu primer comentario. No todos los muertos son iguales. Y no son iguales porque no todos son consecuencia de una agresión integrista y fanática a un modo de vida, que es el nuestro, al menos el mío y el que yo defiendo, que tiene entre sus fundamentos la libertad de opinión y expresión, la igualdad de todos ante la ley. Así pues, duelo por la pérdida en esas manifestaciones. Y protesta por un ataque intolerable y atroz.
Llevé a mi hijo, de ocho años entonces, a la manifestación posterior al 11-M. Me pareció que era una oportunidad para educarlo como persona y como ciudadano, para que cuando sufra el dolor de pérdidas que le atañan en el futuro, sepa que expresarlas puede hacerle bien, y sobre todo que no debe callar ante la violencia, el fanatismo o la intolerancia. Y que hay valores mínimos de convivencia que debe defender con uñas y dientes.
Mi campito de cruces es una expresión, ingenua si quieres, de todo esto. Es una forma de decir que me pongo en el lugar de los que han sufrido. Y como miembro de esta sociedad, es una forma de decir también que defiendo sus valores, y que no me mantendré en silencio si los pisotean. Así que el campo de cruces puede ser previsible, pero no lamentable. Eso sí que no lo acepto. Porque responde a mi derecho a mostrar mi duelo y a mostrar mi protesta por un hecho que intenta socavar valores que considero fundamentales.
Y te decía que una actitud valiente hubiera sido decirle a quienes guardaban cinco minutos de silencio, que seguro que has tenido a muchos alrededor, decirles, digo, que resultaban ridículos, previsibles y lamentables. Y comparar al ultimo muerto en accidente de tráfico con alguno de los destrozados en los trenes de Atocha, para hacérselo ver. Hay una diferencia, creo yo, entre el que muere de cáncer y el que es asesinado para, con su muerte atroz, amedrentar a una sociedad. Y el "silencio" puede confundirse con la indiferencia, por muy sentido que sea y muy "estético" que resulte. Y a veces meter todos los males de Occidente en un gran saco (los americanos, los capitalistas, la industria tabaquera y farmacéutica, los fabricantes de coches, que los hacen demasiado rápidos, etc.) puede conducir a la pasividad. Una pasividad muy indignada, quizá, pero pasividad. Y en cuanto a lo de insulto, sólo te decía que a veces hay que tener coraje para defender lo que uno piensa, en la arena, no desde la barrera. Y eso no es un insulto. Es una reflexión moral.