martes, marzo 08, 2005




Cada vez que mi tía Luisa iba a Talavera volvía con los pies destrozados. Se ponía para la ocasión unos zapatos de medio tacón, que solía reservar para las bodas y las fiestas del pueblo. Al principio lo llevaba con dignidad pero a medida que transcurría la mañana sus pies empezaban a dolerle y si no hubiera sido por vergüenza se hubiera quitado los zapatos y habría continuado con sus compras descalza y con ellos en la mano. Y se pasaba el resto del día echando de menos sus zapatillas, que usaba tanto para estar en casa como para andar por el pueblo.
Un día, sin embargo, encontró la solución a su problema. Viajábamos juntas y cuando llegamos a Talavera me pidió que le esperara un momento. Se sentó en un banco de la estación de autobuses, se quitó los zapatos, sacó de una bolsa sus zapatillas y dio el cambiazo. La miré asombrada y mi tía me aclaró: "Total, quién va a saber que no soy de aquí". No pude aguantar la risa y le dije que la gente de Talavera no salía en zapatillas a la calle, que eso sólo se hacía en los pueblos. Mi tía que se había quedado con los zapatos en la mano los guardó con determinación en la bolsa y concluyó: "Lo que tú digas, pero supongo que algún día tendrán un despiste, ¿no?".