Acabo de leer una entrevista a Adriana Domínguez, joven actriz e hija del diseñador Adolfo Domínguez. La última pregunta que le hacen es "¿Y ahora qué?", y la chica contesta que se vuelve a Los Angeles, donde vive desde hace un año, a seguir con su "curso de strip-tease con barra y todo", puntualiza. Dice que se lo pasa muy bien, "desarrolla la musculatura y te quita el pudor", concluye.
No suelo envidiar la vida de los demás pero os confieso que no me importaría nada estar en la piel de esta chica mientras asiste a ese curso. Me atrae eso de dejarme caer por la barra sacando morritos; de jugar al gato y al ratón con una silla de rejilla mientras pongo cara de mujer fatal; de dejar que la blusa resbale por mis hombros entre provocativa y pudorosa; de lanzar mi falda roja a la cara de algún desprevenido (o desprevenida); de cerrar los ojos mientras me acaricio el cuello y de sentir como mi cuerpo se mueve al ritmo de la música de manera suave y sensual.