Uno de los departamentos que más me han atraído siempre en las empresas en las que he trabajado ha sido el de selección de personal. Me gusta hablar con ellos, ver qué criterios aplican a la hora de tomar decisiones e incluso colarme en alguna entrevista para ver, oír y callar. Me encanta oírles hablar de perfiles, comparativa de candidatos, técnicas grupales y demás zarandajas. Pero lo que más me gusta es cuando se olvidan de todo eso y acaban confesando que todo es más simple de lo que parece: hay personas a las que contratarían para casi todo y otras a las que no contratarían para casi nada.
Algo parecido me ocurre con los críticos ya sean literarios, teatrales, de cine o de arte. Te hablan un poco de la biografía del criticado, de su obra anterior, se lucen haciendo análisis y contranálisis, ajustan cuentas pendientes o hacen interpretaciones peregrinas (en el gallo de Cien años de soledad algún crítico vio representado a todo el género humano hasta que García Márquez lo sacó de su error, es más, el escritor confesó que había estado a punto de cargárselo al final de la novela). Y yo siempre me digo lo mismo: vayamos al grano, dígame si a usted le ha merecido la pena y déjese de historias.