domingo, febrero 20, 2005




Una de las cosas que más me emocionan es que en un cine, un teatro, un anuncio en televisión o en una emisora de radio, suene de pronto una de mis piezas musicales más queridas. Esas que has oído decenas de veces, que puedes volver a escuchar sólo con darle a una tecla, pero que oídas así, de repente, las recibes como si se tratara de un regalo inesperado.
Aunque no siempre ocurre de esta forma. Una tarde sentada en un cine sentí todo lo contrario. La película era El paciente inglés y la escena era la siguiente: la protagonista encuentra un destartalado piano abandonado a la intemperie, en el jardín de un edificio que la guerra ha convertido en ruinas. Pues bien, la joven enfermera desliza sus manos por el piano y en la sala de cine se empieza a oír a Glenn Gould tocando las Variaciones Goldberg. Y no se contentan con la versión de 1955 que es inferior. Ni mucho menos. El señor Minghella elige la magnífica grabación de 1981, y pretende hacernos creer que de las torpes manos de Juliette Binoche (y de un piano abandonado que debe estar cuando menos desafinado) salen esas notas que sólo pudo arrancar Glenn Gould y esos tarareos con los que el genial pianista acompañaba sus actuaciones.
Siempre he dicho que no soy rencorosa pero que tengo buena memoria, así que prometí no volver a ver ninguna película ni del mentiroso director ni de la intensa francesita. Y lo he cumplido.