La semana pasada acompañé a mis padres a una consulta médica. Al despedirme de ellos empecé a caminar y, aunque estaba en la zona oeste, pensé que como no tenía prisa podía permitirme el lujo de cruzar Madrid a pie y en poco más de una hora estar en mi casa. En un semáforo pasé por delante de un músico que tocaba con su acordeón una canción de esas que llaman "éxitos de siempre". Me encanta la música de ese instrumento porque me recuerda a mi niñez, así que disfruté oyendo esa melodía y lamentando que a medida que caminaba el sonido se fuera diluyendo entre los ruidos del tráfico. De pronto me di cuenta de que ocurría todo lo contrario, cuanto más me alejaba más nítida se oía la música. Me quedé desconcertada con el descubrimiento, pero cincuenta metros más adelante encontré la respuesta: otro acordeonista interpretaba la misma canción, aunque quizá con algo menos ímpetu.
Lástima que las iniciativas municipales sean siempre las mismas: obras y más obras, porque sería delicioso poder subir el paseo de la Castellana o la calle de Arturo Soria escuchando la misma sintonía, en una especie de carrera de relevos musical perfectamente sincronizada.