martes, febrero 15, 2005




Cuando me llamaron para que fuera a mi primera entrevista de trabajo seria, me di cuenta de que no tenía nada apropiado que ponerme. Mi ropa era demasiado informal para quedar bien delante de un directivo bancario, así que aproveché que la madre de los críos que cuidaba estaba en la playa con su madre para tomarle prestado uno de sus modelos. Era un vestido de color crudo sencillísimo pero muy elegante. Para redondear el conjunto le cogí un bolso de piel clara con una cadenita, que siempre me había gustado porque era casí idéntico a uno que lucía Carole Bouquet en Ese oscuro objeto de deseo.
La entrevista me salió bien y pasé a la siguiente ronda: acudir a un gabinete de psicólogos para hacerme unas pruebas psicotécnicas a la semana siguiente. Para ir a esta cita me puse mis vaqueros y una camisa ancha por encima y cuando me pidieron permiso para hacerme una foto tampoco me preocupé, total sólo se me iba a ver la cara.
Volvieron a llamarme para una tercera y definitiva entrevista y de nuevo me vi obligada a saquear el armario de mi jefa. Elegí para esta ocasión un vestido de lino de color mostaza, recto y por encima de la rodilla y el mismo bolso que el primer día. El tipo que me iba a entrevistar no era el de la vez anterior sino el que se supone que sería mi jefe en caso de ser contratada. Me senté muy formalita y él empezó a pasar unos expedientes, en cuya primera página había pegada una foto de cuerpo entero del candidato. Después de darles una vuelta se disculpó por no tener el mío a mano, llamó a la secretaria y mientras ésta acudía volvió a repasar las carpetas una a una. Al llegar a la tercera le señalé a una chica de gesto indolente, con los dedos pulgares metidos en los bolsillos del pantalón y una pierna recogida y apoyada en la pared y le dije que esa era yo. Miró de nuevo la foto y me miró a mí pero no hizo ningún comentario.
Meses después estábamos locos el uno por el otro pero esa es otra historia.