Como os contaba ayer, en una ocasión tuve que buscarme una pensión para pasar la noche en Madrid. Empecé a mirar por los alrededores de la estación y encontré una en un segundo piso que no tenía mala pinta y que sobre todo no parecía muy cara. La patrona me dijo que sólo le quedaba una habitación con dos camas que solía alquilar a una chica, pero que dada la hora que era ya no contaba con ella. El cuarto estaba helado así que me metí en la cama a toda prisa. Eché una ojeada al periódico que me había servido para buscar trabajo, pero como entonces no estaba habituada a leer la prensa no me enteraba de mucho, así que opté por apagar la luz e intentar dormir.
Aún estaba despierta cuando se presentó la muchacha y se puso a discutir con la dueña por haberla dejado en la calle. Insistía en que esa era su habitación y además para una noche que conseguía un cliente no podía hacerle esa faena. La mujer le explicó que se había presentado una chica muy joven y le había dado reparo no alquilársela. Le sugirió que ocupara la cama libre, que suponía que a mí no me importaría, eso sí, sin el cliente. La chica tranquilizó a la dueña diciéndole que apenas iban a hacer ruido y que yo no me iba a enterar de nada. Yo no sólo me estaba enterando de todo sino que había empezado a temblar. Aunque acababa de cumplir diecinueve años aún no había pasado a mayores con ningún chico y me aterraba la posibilidad de compartir habitación con una pareja metida en faena, así que aguanté en tensión hasta que finalmente la patrona se impuso y la chica se fue con su acompañante en busca de otro alojamiento.
Esa noche soñé que una pareja ocupaba la cama de al lado, pero curiosamente, en vez de incomodarme, en el sueño me resultaba excitante.