Las cosas que recordamos de nuestros viajes son, a veces, las que no aparecen en las guías, las que han pasado desapercibidas para la mayoría de los viajeros. De mi viaje a Estambul debería evocar las enormes mezquitas, recortándose en el amanecer sobre una ciudad gris y de cuento de hadas, a medida que el tren se acercaba a la estación. Sin embargo, lo que más me viene a la memoria son los pesadores.
A veces, cuando salgo de la ducha y pongo un pie en mi báscula de baño, cierro los ojos y siento cómo si me transportara a las calles de Estambul. En algunas de ellas encontré a hombres o niños que se dedicaban a pesar a los viandantes. Tenían junto a ellos una báscula de baño de esas de color azul clarito, rosa o blanco y por una moneda te pesaban. Me subí a varias de ellas y en todas, indefectiblemente, pesaba un kilo o dos menos del que realmente era mi peso. No sé si sería esa la razón, pero en ese viaje siempre estuve contenta. Muy contenta.