domingo, noviembre 07, 2004




La primera vez que mis padres tuvieron que separarse fue cuando mi padre emigró a Alemania. Y no estaban preparados para ello. La noche anterior les recuerdo sentados a la lumbre, uno a cada lado de la chimenea sin mirarse ni hablarse y con la cabeza gacha. Así permanecieron un tiempo que a mí se me hizo eterno y, a pesar de lo incómodo de la situación, no me atreví a interrumpirles porque la pesadumbre se podía cortar con un cuchillo.

Durante la estancia de mi padre en el extranjero (en mi pueblo no se ponían de acuerdo, unos decían que estaba en el extranjero y otros que en Alemania), mi madre nunca pudo disfrutar, como otras mujeres lo hacían, del giro postal que puntualmente le llegaba cada mes. Le dolía cada peseta que se gastaba porque el coste que estaba pagando era demasiado alto. A los ocho meses mi padre regresó sin saber una palabra de alemán y se encontró con la sorpresa de que mi madre había ahorrado casi todo el dinero que había enviado y que durante los próximos meses podían vivir de ello.

Viéndolos tan contentos me olvidé de los malos ratos que pasé mientras mis amigos merendaban chocolate y yo les miraba con ansia.