Durante los meses en los que no se hablaba de otra cosa que no fuera la relación entre Clinton y la becaria hubo dos detalles que me llamaron la atención.
El primero, que la señorita Lewinsky regalara al presidente una novelita que recuerdo con sumo placer: Vox de Nicholson Baker. Me sorprendió que esa pepona, poco refinada y de maneras un tanto ordinarias tuviera un gesto de ese calibre.
El segundo, saber que sus encuentros, en ocasiones, tenían lugar entre plato y plato de una recepción oficial. El presidente se disculpaba unos minutos, se dejaba hacer y volvía a la mesa relajado y con una sonrisa de oreja a oreja. Eso es gestionar bien el tiempo y lo demás son mandangas.