Desde siempre me ha sorprendido el deseo de algunos padres de que sus hijos hereden sus nombres. En la casa donde vivo la mayoría de los amigos de mi hijo llevan el nombre de su padre; sin embargo, y eso sí que me resulta chocante, en las niñas no llega ni a una cuarta parte las que comparten el nombre con su progenitora.
Según cuentan en el libro El origen de la atracción sexual humana, un estudio de ADN realizado en un barrio obrero de Inglaterra, mostró que casi el 30% de los niños que vivían allí estaban llamando papá a la persona equivocada.
Eso quizá explique ese afán del género masculino por el nombre perpetuado. Con ello tienen la certeza de que, al menos, algo es suyo.