viernes, octubre 29, 2004




Recién llegada a Madrid, y a falta de algo mejor que hacer, dedicaba mis horas libres, que por cierto eran escasas, a tomar nota de los nombres de las calles por las que pasaba. Era una actividad barata y bastante entretenida, y además me permitía caminar, algo con lo que siempre he disfrutado. Salía a la calle con una libreta tamaño cuartilla en la mano e iba anotando las calles que aún no tenía. La única condición era escribir exactamente el nombre que figuraba en la placa y hacerlo allí mismo. Aunque las calles fueran muy conocidas, como Alcalá o Serrano, no tenían cabida en mi libreta hasta que no pasaba por ellas. Cuando acabé con mi zona empecé a tomar el metro, me bajaba en una estación al azar y seguía apuntando.

Más tarde me eché una amiga que trabajaba en el mismo portal que yo y el primer día que quedamos le propuse acercarnos a la calle San Bernardo ya que esa zona aún no la había batido. Me dijo que mejor nos íbamos a bailar a una discoteca que ella frecuentaba y me pareció una buena idea. Esa tarde conocí a un chico y me olvidé de mi libreta.