lunes, octubre 18, 2004




Mi hermano nunca tuvo prisa por emparejarse. Tenía novias, eso sí, y lo sabíamos no porque jamás apareciera con ninguna por la casa de mis padres sino porque de vez en cuando nos lo encontrábamos por la calle acompañado, pero eran relaciones que no pasaban la primera crisis. Cuando alguna vez hablábamos del asunto siempre nos decía lo mismo, no tenía ningún interés en comprometerse, vivía muy a gusto y no estaba dispuesto a cambiar esa situación. Como fue avanzando en la treintena sin cambiar de opinión mi madre le sugirió la posibilidad de irse a vivir a un apartamento, podrás estar más a tu aire, le dijo mi madre. Pero mi hermano hizo caso omiso, estaba muy cómodo en casa de mis padres y no quería ni compromisos ni problemas.

Pocos días después de cumplir 36 años mi hermano aprovechó una reunión familiar para decirnos que se iba de casa: había conocido a una chica y se iba a vivir con ella. Mi madre le preguntó que si ya había visto algún apartamento y él nos dijo que no, porque lo que necesitaban era algo más grande. Su novia tenía una hija de ocho años y otra de dos y además el padre de las niñas no ejercía como tal, ya desde antes de nacer la segunda se desentendió de todo, y la pequeña, a la que mi hermano conoció recién cumplido un año, ya le llamaba papá.

Hoy he leído en un artículo que los hombres se muestran mucho más reacios que las mujeres a asumir compromisos hasta bien entrada la treintena, pero que a partir de esa edad se invierten los papeles, lo que explicaría que los hombres separados vuelvan a emparejarse antes que las mujeres. Y he pensado que quizás eso explicaba lo de mi hermano. Vete tú a saber.