miércoles, octubre 06, 2004




La primera vez que visité un dentista tenía veintiún años. Hasta entonces mis dientes no me habían dado problemas y lo de las visitas anuales al dentista todavía no lo había incorporado a mi rutina. Una mañana amanecí con un flemón deformándome el lado derecho de la cara y no tuve más remedio que coger las páginas amarillas y buscar a un profesional del asunto. A pocos minutos de mi casa, en la Gran Vía, encontré uno que podía atenderme y a las doce en punto me presenté en su consulta. Era un tipo de mediana edad y exceso de peso que en principio me causó buena impresión. Me hizo abrir la boca para buscar la causa del mal y a continuación empezó a palparme el cuello, los hombros, las axilas, supongo que buscando si la infección se había extendido hacia esas zonas. Cuando creía que ya habíamos terminado empezó a palparme el pecho derecho, primero mecánicamente y más tarde con cierto detenimiento. No supe qué pensar, la verdad. En ese momento entró la enfermera y el médico retiró rápidamente la mano de mi pecho y dio por concluido el examen. Y ya sí supe qué pensar.

Lo que me pone de patillas cada vez que lo recuerdo es que encima me cobró una pasta por la consulta.