domingo, octubre 24, 2004




En mi pueblo siempre hubo una gran uniformidad en cuanto al aspecto físico de sus residentes. Los niños que vivían cerca de la iglesia eran igual de guapos o de feos que los que tenían la casa por la parte alta del pueblo; los que vivían por el camino del cementerio no se diferenciaban apenas de los habitaban cerca de la carretera. Sin embargo, cuando llegué a Madrid me di cuenta de que aquí esto no funcionaba igual. Una tarde mientras veía jugar a los niños que cuidaba me di cuenta de que los tres eran muy guapos, y sus amigos del parque lo mismo, y no digamos los vecinos del segundo, y los compañeros de colegio, y sus primos que vivían dos calles más abajo en Goya esquina con Serrano...

El domingo siguiente fui a comer a casa de mi prima que vivía en Vallecas. Mientras tomábamos una clara en El Brillante me fijé en los niños que correteaban por allí y en ese barrio las cosas eran muy diferentes: había unos críos muy chulos, otros normalitos y otros decididamente feos.

Pensé que si sería el agua.