jueves, julio 22, 2004




Una mañana la maestra de mi pueblo nos contó que al día siguiente íbamos a recibir la visita de una inspectora del Ministerio. Era la primera vez para las más pequeñas y nos hizo mucha ilusión. Esas apariciones, en contra de lo que se podía pensar, no eran visitas a traición, no. Los inspectores siempre avisaban de su llegada, y no sólo eso, sino que además le enviaban a la maestra el examen que iban a poner. Se supone que aquello servía para controlar la calidad de la enseñanza. Para que terminéis de haceros idea, mi pueblo apenas tenía 1.000 habitantes y sólo había una escuela, con dos aulas, una para chicos y otra para chicas,  en la que estudiábamos alumnas de distintas edades.
 
La maestra, como tenía por costumbre, a pesar de que se supone que se trataba de un examen sorpresa, escribió las preguntas en la pizarra, y empezamos a ensayar las respuestas en grupo. Se trataba de dejar el pabellón femenino de mi pueblo bien alto (y fuera de dudas la competencia de la maestra en sus tareas docentes). A pesar de mi buena memoria sólo recuerdo una pregunta de aquel cuestionario. Y la recuerdo por la polémica que levantó. Se nos preguntaba que cuál era el mayor enemigo del hombre. Cuando la maestra hizo esa pregunta, la chica que se sentaba a mi lado contestó que el mayor enemigo del hombre era el lobo. Vimos por su gesto que no era eso, y seguimos aventurándonos: las víboras, los rayos, el león, el veneno, los perros rabiosos, el fuego, el matarratas, las avispas, los cuchillos jamoneros... Desesperada la maestra dejó de preguntar y se dirigió a la pizarra. La respuesta correcta es el alcohol, nos dijo, y lo escribió con mayúsculas. Pusimos tal cara de sorpresa que la mujer lo repitió varias veces e insistió en que lo recordáramos al día siguiente. 
 
Por supuesto que no se nos olvidó, como no se nos olvidó levantarnos al ver entrar a la inspectora en la escuela, y volver a incorporarnos al despedirla con un "qué usted lo pase bien", cuando se marchó con nuestros cuestionarios recién cumplimentados. Lo que siempre me he preguntado es qué pensaría esa inspectora en su despacho de Toledo, días después,  al comprobar con una sonrisa tolerante que las cuarenta y tres crías de un pueblo perdido se habían mostrado unánimes al afirmar que el alcohol era el mayor enemigo del hombre.