jueves, julio 29, 2004




Un verano mi amiga Ana, su hermana (la misma a la que su padre llamó puta) y yo decidimos vivir una experiencia nueva. Justo al lado de mi casa había una sala de cine X donde proyectaban la película "Sexo en vivo" y decidimos acudir a la primera sesión de la tarde. Además de ver una película porno, sentíamos curiosidad por ver qué tipo de gente frecuentaba esas salas: hombres solos, grupos de amigos, parejas...
 
La sala estaba en semipenumbra y las entradas no eran numeradas. Nos sentamos hacia la mitad de la sala seguidas por los ojos de todos los que ya habían ocupado sus asientos en la parte de atrás. Con una mirada bastaba para hacerse una idea: todos eran hombres solos, bastante jóvenes la mayoría y entre uno y otro había al menos cuatro o cinco butacas libres. Al sentarnos alguien silbó y todos los que estaban sentados delante de nosotras, se volvieron hacia atrás de golpe sin ningún disimulo. Y empezaron las incomodidades.

Afortunadamente, en ese momento se apagaron las luces. Nada de corto, ni próximamente en esta pantalla, ni visite nuestro bar, ni el del caballo de Marlboro, no hubo preámbulo alguno. La primera escena transcurría en un hospital. Una enfermera entraba en un quirófano y sonreía al cirujano mientras le ayudaba a enfundarse los guantes y le ataba la mascarilla. Una de médicos pensé yo. Me sorprendió tanta normalidad, la enfermera estaba bien pero apenas tenía pecho y el largo de la falda era quizás excesivo. De pronto la cámara enfocó a un hombre tumbado sobre una camilla y al que descubrieron el pene. Esto se anima pensé, y se animó. El de la mascarilla cogió un bisturí, dio un corte limpio en la piel cerca del glande e insertó una especie de varilla de plástico blanca. Nosotras cerramos los ojos de la grima y en la sala se escuchó una especie de quejido conjunto mientras una voz en off narraba las ventajas de este tipo de operaciones para atajar problemas de erección. Uno a uno y con cierta presteza empezaron a abandonar la sala y en cinco minutos nos quedamos solas. 
  
Lo que hoy me sorprende es que nadie reclamara.  Ni siquiera yo.