Mi primer trabajo en la capital consistió en cuidar niños. Por las mañanas estudiaba COU y por las tardes peleaba con cuatro salvajes. Un día la madre de los niños me comentó que su marido viajaba mucho: ser Director General de Relaciones Internacionales de una entidad financiera tenía esos inconvenientes. Como mi preocupación por aquellas fechas era qué hacer con mi vida laboral, este comentario fue como un revulsivo y, de pronto, se me hizo la luz. Qué buena idea, me dije, yo también trabajaré en un banco. Cuando terminé COU me matriculé en una academia que preparaba para esos menesteres. Justo un año después, conseguí convencer a mi primer entrevistador de que si había sido una camarera rápida como una comadreja por qué no iba a ser capaz de contar el dinero sin que me temblara el pulso. A la semana siguiente abandoné el servicio doméstico y pasé al sector financiero.
La duda que siempre me ha asaltado es la siguiente: si en vez de cuidar los hijos de un banquero me hubiera ocupado de los de Julio Iglesias y la Preysler, por qué profesión me hubiera decantado. Hay días que pienso que sería una cantante de éxito, entregada a un público que me adoraría y otros me veo en la portada del ¡HOLA! con la sonrisa congelada y rodeada de vástagos.