sábado, julio 17, 2004




El arquitecto era un tipo muy interesante pero apareció en un mal momento, yo estaba encoñada con D y no le presté atención. Meses después la situación cambió, D empezó a coquetear con una antigua novia suya y me obligó a devolverle la jugada. Me encantó que fuera arquitecto porque a D siempre le había parecido una ocupación interesante (por esa mezcla de técnica y arte que, al menos en teoría, les acompaña). Aunque era de Barcelona, vivía temporalmente en Madrid, en un ático precioso en el barrio de los Austrias. Por entonces el sueño de D, que vivía en un piso interior, era tener un ático con mucha luz y ya me ocupé de señalárselo un día que paseábamos por ese barrio.

Fue una relación muy bonita y hecha a mi medida. Además, me cubría todos los huecos casi sin darse cuenta y no era celoso. Que D se tomaba una caña con su ex, pues el arquitecto me llevaba a cenar. Que, más tarde, nos reconciliábamos y estábamos diez días seguidos sin despegarnos, pues el arquitecto siempre tenía algo que hacer. Además era muy obsequioso y, providencialmente, siempre me mandaba flores el día en que D estaba en mi casa, y no unas flores corrientes, no, qué va, era de gustos muy refinados, y se lo podía permitir además. Siempre me llamaba por teléfono en el momento oportuno, cuando yo necesitaba dar un toque de atención a D. Disfrutaba haciendo risas con él por teléfono mientras D disimulaba su enojo. Viajaba mucho, pero casi siempre coincidía con periodos en los que estaba bien con D. Y se fue a vivir a Nueva York, casualmente, cuando mi relacion con D se estabilizó.

Meses después le confesé lo mal que había llevado los coqueteos con su ex. Sabías que era renuente a asumir compromisos, me contestó, y nunca te lo oculté. Además, concluyó, tampoco tú perdiste el tiempo. Lo perdí a mi manera, le dije, el arquitecto sólo existió en mi imaginación. ¿Y las flores? Las flores me las enviaba yo y encima eran caras de cojones. ¿Y el ático de la calle de la Bola? Ni idea, pero me gustaba por las plantas que tenía. ¿Y las llamadas telefónicas? En principio pensé en encomendárselo a una amiga, continué, pero acabé dejándolo en manos de profesionales. ¿Profesionales? Sí, el despertador automático de Telefónica. Eso sí, me dolía la oreja de tanto apretar el auricular para que no oyeras decir a la operadora: ocho horas cinco minutos veinte segundos, ocho horas cinco minutos cuarenta segundos...