Muchas noches se repite la misma escena. Yo me siento frente al ordenador en el estudio a dar de comer a mi blog y él se sienta en el salón frente a un canal de cable a ver videoclips. La música me llega unas veces baja, otras normal y otras muy fuerte cuando la ocasión lo requiere. En un momento dado le oigo decir ¡tu canción! y atravieso el pasillo corriendo, me siento en el sofá con la espalda recta y las manos sobre las rodillas y clavo la vista en la pantalla en blanco y negro. Ella canta y dice malo, malo, malo eres y tonto, tonto, tonto eres... y no puedo dejar de mirar esos ojos.
Gracias, Bebe.