La mayoría de la gente de mi pueblo emigró a Madrid. Los más apocados, sin embargo, se quedaron en Talavera y una avanzadilla se fue al extranjero. Los que eligieron Alemania se lamentaban, cuando iban a tomar algo, de tener que pedir siempre cerveza. Echaban de menos los chatos de vino y las tapas. Un día, según nos contaba a la vuelta uno de mis tíos, se rebelaron y decidieron pedir algo español. Se envalentonaron y le dijeron al camarero teutón: "zwei cocacolas".
Aguanté la carcajada cuando me di cuenta de que mi risa iba a sorprenderles.