jueves, junio 03, 2004




A la gente de mi pueblo nunca les interesó el fútbol. Pensaban, con la lógica de los que viven estrecheces, que siendo bolos sólo podían aspirar a ser seguidores del Toledo o del Talavera y, francamente, bastantes derrotas cotidianas tenían que soportar como para incorporar una más, y encima en domingo, cuando se lavaban y se vestían de fiesta, aunque siempre les quedaran restos de tierra entre las uñas.
Los primeros que emigraron a Madrid se hicieron madridistas nada más llegar: volvían al pueblo para las fiestas con la bufanda blanca, pero con la boca cerrada. Se reunían en secreto para festejar las copas que su recién estrenado equipo iba acumulando. Un día alguien se fue de la lengua y todo el pueblo abrazó los colores blancos. La alegría les duró poco, había empezado el declive del Madrid, y hasta los equipos más modestos se permitían el lujo de humillar a los del Bernabéu en su propio campo. Los de mi pueblo pensaron cambiarse de bando, y hacerse del Barcelona o del Valencia pero, finalmente, les dio un poco de pereza y se olvidaron del fútbol. Y volvieron a lo suyo.