Estamos en San Sebastián, en una habitación del Hotel de Londres y de Inglaterra. Hemos vuelto de comer y estamos los cuatro haciendo risas y con ese sopor que sólo los buenos vinos producen. Deberíamos estar cada pareja en su habitación durmiendo la siesta pero no nos apetecía separarnos. EL está sentado en una especie de butaquita que hay junto a la ventana y ha corrido las cortinas para que no le dé el sol en la cara. La otra pareja está tumbada de cualquier manera en una de las camas y yo estoy sentada en la otra manoseando un libro de Anagrama. Deberíamos dormir un rato, propongo. El chico me señala el libro y me dice que sin cuento no puede dormirse, que por qué no les leo algo. Me río y le digo que no creo que pudiera dormirse y le muestro la portada del libro: dos chicas vestidas con corsé y con un gesto entre desafiante y lúbrico.
EL se levanta de repente, se acerca a mí, y me dice: Anda, lee, que lo estás deseando. Empiezo a leer mientras EL a mi lado comienza a acariciarme una rodilla. Cuando su mano sube por mi pierna tomo aire para que mi voz no acuse el estremecimiento. Cuando la cabeza de la chica se apoya en mi hombro y su pelo me roza el cuello hago un esfuerzo para seguir leyendo. Cuando el chico toma mi pie izquierdo entre sus manos y empieza a masajearlo siento deseos de cerrar el libro. Pero no quiero arriesgarme y sigo con lo mío.
Y ellos también.