No ibamos buscando nada pero acabamos encontrándonos. La relación duró cuatro meses, ambos teníamos pareja y lo que vivíamos era sólo un regalo que nos dábamos. Su marcha de Madrid ponía fin a nuestra relación y aunque siempre lo supimos nos costó muchos meses olvidarnos. Año y medio después aún me decía en una carta: "a veces, la sonrisa maliciosa de una niña te evoca en la consulta".
En mayo entré en Google, encontré su mail y le escribí. Nos cruzamos varios correos. No volvimos a escribirnos hasta septiembre: tuve que viajar a Levante por un asunto familiar y se lo dije: y nos vimos.
Nos dimos un abrazo largo, un beso rápido en los labios, nos cogimos de la mano y como si nos hubiéramos visto la tarde anterior. Estuvimos cuatro horas seguidas sentados en una terraza, hablando con las manos entrelazadas, y cuando cerraron el café nos sentamos al lado, en un banco frente al mar, y seguimos hablando. Me llevó hasta mi hotel. Nos dimos otro abrazo, otro beso y salí corriendo de su coche sin volver la vista atrás.
Fue en ese segundo beso cuando me di cuenta de que seguía oliendo como entonces.