miércoles, mayo 12, 2004




En mi último viaje a París visité el Père Lachaise. Paseé entre las tumbas de Oscar Wilde, Modigliani, Edith Piaf, Colette, Chopin, Delacroix, Proust, Géricault, Balzac... Sobre alguna de ellas había flores secas. Al final de mi recorrido me detuve ante la lápida de Jim Morrison: junto a un ramo de lilas alguien le había dejado una lata de cerveza y una cajetilla de Gauloises. Abrí el paquete, cogí un cigarrillo y me lo fumé a su salud.
Desde la puerta del cementerio regresé corriendo. Había olvidado dejarle mi mechero Bic.