Durante meses bajé por la Gran Vía casi dormida. Solían faltar algunos minutos para las ocho. Sólo me despertaba al pasar por delante de Antonio López, miraba el lienzo que estaba pintando con una lentitud exasperante, y a veces cruzaba mi mirada con la de él. Tenía una mirada ingenua, tímida e intensa. Llevaba un blusón encima y parecía recién llegado del pueblo. La gente le miraba con lástima, como se mira a un loco.
Por eso no puedo estar de acuerdo con contra. Por muchas bodas reales a las que asista nunca podré pensar en él como en un integrado.