viernes, abril 30, 2004




Esta tarde he vuelto al café del Hotel Suecia, el hotel madrileño de Cortázar y Monterroso, a quién, por cierto, encontré una tarde allí ya muy viejito y un poco triste.

No he podido evitar buscarme en el espejo: quería ver cómo mi falda negra ceñía mis piernas y, aunque suelo ser muy descuidada sentándome, he observado que las blondas de las medias pasaban desapercibidas. He sonreído al mirar mi blusa negra, finísima, y con grandes flores de tipo oriental: mangas mínimas y cuello mao cerrado con un lacito. Cuando le he visto aparecer he corrido hacia él, y al llegar a su altura he levantado los dedos índices y he caminado con los pies muy juntos y dando pasitos cortos. Le he dicho que si no le gustaría tener una geisha en casa y ha soltado una carcajada. Pero no me ha dicho ni que sí ni que no.